La Bañeza: el salero del Carnaval

La Bañeza: el salero del Carnaval

Cualquier desconocido que analice a las gentes bañezanas casi en cualquier época del año, verá en ellas personas serias, bonachonas y amigables. Y aquí radica la gran baza que tiene La Bañeza para desmarcarse en su Carnaval: el despiste.

Nadie se espera un gran cambio de personalidad de ningún vecino, y menos de la noche a la mañana, pero en la cabecera de las vegas bañezanas, todo es posible. Cuando crees que estás hablando con un conocido y él te dice que no, que es Mari Carmen con sus muñecos, te desorientas un poco. Continúas tu trayecto y saludas a la maestra de tus hijos, pero ella te ordena en plena calle que no le pises lo ‘fregao’, entonces piensas si perdiste un tornillo o fue ella quien lo extravió. Pero cuando ya ves a dos presentadores en un escenario, con los premios de cine ‘Yoya’ repartiendo sopapos, a don Quijote y Sancho buscando molinos, y a John Lennon con Yoko Ono tocando ‘Imagine’, te darás cuenta, por mucho que te pellizques, que no estás en un sueño.

Aunque parezca una canción de Sabina, en La Bañeza verás dependientas tímidas sacando su cara más extrovertida, elegantes comerciantes con tacones de aguja y albañiles jubilados con harapos de troglodita y huesos en sus cabezas. Es el arte de hacer reír con los detallines que a diario quedan en nuestra mente. Cualquier momento, charla y juego de palabras es válido para sacar punta al mejor de los disfraces.

Pero no todo va en el disfraz. Ironía, sarcasmo y gracia se dan cita junto con don Carnal entre el Páramo, la Ribera del Órbigo, la Valduerna y las tierras del Jamuz. Con las influencias llegadas por las idas y venidas a través de la Vía de la Plata, La Bañeza lleva con orgullo el desparpajo de sus gentes, que no paran de pensar, imaginar y crear las más ingeniosas interpretaciones para sus personajes.

Y es que, en época de Antruejo las calles bañezanas se convierten en el escenario del mejor de los teatros: carnavaleros convertidos en actores que entran y salen de comercios y tabernas a modo de bambalinas, un público impaciente con ganas de soltar la mayor carcajada, madres y abuelas expertas en diseño de vestuario y maquillaje, y un director de escena llamado improvisación.

Difícil de explicar las características y el embrujo de un Carnaval que se escribe con mayúscula en el noroeste de la península, que se siente desde que se nace, que evoca a los adultos a esas etapas infantiles de rebuscar telares, cortar patrones, y embadurnarse de purpurina, mientras los mayores cuentan en un hogareño filandón, como ‘corrían’ el Carnaval en un tiempo otrora.

Es curioso que en la tierra del azúcar, los bañezanos sean los que más salero le ponen. Al Carnaval.

 

 

Fernando Otero Perandones.

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